Tiene un libro titulado “Lo que mis alumnos me enseñaron”. ¿Qué es lo que le han enseñado? 
Los alumnos nos enseñan a diario y siempre, porque la relación del aula es una de las formas de comunicación personal más profundas y ricas. Seguramente, también la más influyente y prolongada en el tiempo de todas las que se realizan fuera del ámbito de la familia. Nosotros enseñamos y ellos nos enseñan; ellos crecen y nosotros crecemos. Como dice Sócrates de su relación con su discípulo Alcibíades: “es un amor correspondido.” De mis alumnos he aprendido millones de cosas positivas: sobre el tiempo presente y la importancia de aprovecharlo, sobre la importancia de hacerse preguntas; sobre la fuerza para remontar lo adverso, porque los niños y niñas siguen trabajando y aprendiendo en medio de dificultades personales que a los adultos nos tumbarían; sobre la comprensión, porque aunque no nos demos cuenta son muy indulgentes con nosotros; sobre lo necesario que es el Arte… Este aprendizaje ha sido una alegría para mí. Les estoy muy agradecida.

¿Qué significa ser docente?
Significa dejar huella profunda en la biografía de centenares de personas. También significa estar dispuesto a aceptar un profundo compromiso ético, a dar lo mejor de uno mismo a diario y siempre; aceptar y conocer a muchas personas; dejarte impregnar por el presente, marcar el futuro de un par de generaciones… Y no dejar de aprender.

¿Qué características o competencias cree que debe tener una persona para dedicarse a la docencia?
Solo dos, pero muy complejas: la vocación y la aptitud.
La vocación es como una certeza interior de que te interesan mucho las personas, y sobre todo quienes se están abriendo al mundo. Vocación es también la necesidad de comunicar lo que sabes, y un sentimiento de respeto por los demás y por ti mismo. La aptitud es la facilidad para hacer bien algo tan complejo como educar. Lo haces bien cuando tienes una voluntad constante de mejora, eres capaz de buscar soluciones a las dificultades y superas el desánimo. Todo esto junto es dificilísimo de encontrar, y aún así, la inmensa mayoría de los profes poseen estas dos competencias.

¿Considera que los docentes están suficientemente valorados por la sociedad actual? 
No. Por algún motivo que se me escapa, estamos siempre rodeados de desconfianza. Y además, es una desconfianza vertical. No la sienten las familias concretas por los profesores concretos; la sienten los poderes públicos, las administraciones, por todo el colectivo docente, y la contagian a la sociedad a través de los mensajes que envían, directamente o a través de las leyes. Lo estamos viendo ahora muy bien en esta crisis. No se oyen mensajes de valoración del esfuerzo que están haciendo los profesores para atender a través de los medios telemáticos y vuelve a salir el tópico de las vacaciones.

Ahora estamos viviendo unos momentos difíciles en cuanto a la educación y la convivencia familiar. ¿Qué consejos le daría a los docentes que se encuentran en esta nueva situación? 
A los docentes, no perder las ganas de aprender. Están ante la oportunidad de conocer y manejar nuevas formas de comunicación con los alumnos, no hay que desanimarse por la dificultad de implementarlas así, sin apenas formación previa. Se abre un nuevo campo con muchas posibilidades pero a la vez puede hacer comprender a la sociedad lo importante que es la escuela y la dificultad de lo que nosotros hacemos. 

¿Y a las familias?
A las familias les recomendaría tomar en serio lo que está en sus manos: el tiempo de consumo de las pantallas, el control de los mensajes que reciben sus hijos a través de las redes sociales… Este puede ser un tiempo profundamente educativo. Tendrá que serlo por fuerza, porque vamos a tener que aprender de nuevo a vivir.

Lleva más de 40 años dedicándose a la educación, si echa la vista hacia atrás, ¿qué recuerdos educativos rescataría?
Miles. Viven en mi memoria, frescos como si fueran de ayer. Por mencionar dos: la primera obra de teatro que preparé con los alumnos del colegio público Juan Vázquez, de Badajoz. Eran de octavo de EGB- segundo de la ESO de hoy- y yo tenía veintitrés años. Preparamos nada menos que Historia de una escalera, de Buero Vallejo. Y la tarde del estreno, ante media entrada de padres y niños pequeños, los alumnos se enteraron de que acababa de morir el poeta extremeño Luis Álvarez Lencero y ellos mismos decidieron guardar, allí en el escenario, un minuto de silencio por su memoria. 

¡Qué emocionante!
Otro recuerdo inolvidable, el final de mi carrera. Todo el cariño y el agradecimiento- desmesurado- que he recibido por mi jubilación. En medio, cuarenta años de belleza porque esta profesión me ha hecho muy, muy feliz.

¿Cómo ha cambiado la educación desde que empezó a dar clases?
La educación, en la dinámica de clase, no ha cambiado en esencia, aunque usemos otras herramientas. Sigue siendo un diálogo cara a cara, como desde los tiempos de Sócrates. Quienes más han cambiado han sido la familia – que está desbordada y desorientada en muchos casos- y el resultado de la educación. Me parece muy grave que se haya disparado la desigualdad social y la educación haya dejado de ser una perspectiva de progreso para muchos niños. 

“La voz del cole” es un programa de radio que se realiza en el centro educativo “CEIP San Miguel” de Madrid donde usted impartía clases. ¿Recomendaría a los docentes embarcarse en un proyecto de radio escolar? ¿Por qué?
Yo creo que los docentes deben hacer locuras de este tipo, reventar las dinámicas rutinarias y embarcar a los chicos y chicas en proyectos que les permitan sacar a la luz lo mejor de sí mismos. No hace falta explicar en un aula de sexto de primaria lo importante que es leer bien, cuando resulta que te va a escuchar leer todo tu barrio. Los hay que se pasan horas leyendo en voz alta, y no son “los deberes”, es que lo quieren hacer bien. Y si encima tienen que preparar para el programa contenidos interesantes, bien resumidos, bien redactados…, pues ya no se puede pedir más. 

Pertenece a una ONG que lleva a cabo proyectos educativos en África, Asia y Latinoamérica. ¿Podría explicarnos alguno de estos proyectos? 
Es la ONG Delwende, a la que pertenezco desde hace veinticinco años. Se trata de apoyar económicamente el trabajo que realizan las Hermanas de la Consolación en Burkina Faso, Mozambique, Togo, Argentina, Venezuela, Colombia, Filipinas… Son escuelas en las que trabajan maestros de aquellos países, que cuentan con comedores, cuyos grupos electrógenos proporcionan luz al pueblo entero, en algunos casos. O son talleres de formación profesional donde se forman sanitarias o peluqueras, porque en la mayoría de los casos se destinan a mujeres. O son casas de acogida para niños sin hogar. 

¿Por qué lleva decidió embarcarse en este proyecto?
Porque el mundo es muy ancho, muy complejo, y contiene mucho dolor e injusticia. Si algo vamos a aprender de esta crisis del coronavirus -espero- es a ponernos en el lugar de quienes sufren en esos países. Si nosotros hoy estamos dispuestos a encerrarnos en casa para evitar un contagio, ¿no subiriamos a una patera para escapar de la muerte? Ojalá seamos capaces de comprender que todos somos la Humanidad.

En tu libro “Cronos va a mi clase” hablas sobre el tiempo en la educación, pero hay una palabra que queremos destacar: “Kairós”. ¿Qué significa? ¿Qué podemos aprender de este término procedente de la filosofía griega?
Los antiguos griegos distinguían tres variables del tiempo: Cronos, Aión y Kairós.  
Cronos es el tiempo externo y uniforme que medimos (y que la mitología pintaba devorando a sus hijos, como efectivamente hace). Aión es la duración de la vida, por fuerza incognoscible. Kairós es el momento presente, el más real. En la traducción literal del griego, Kairós es la oportunidad

¿Y en educación cómo debemos entender el tiempo?
El secreto para entender el tiempo educativo es reconocerlo como Kairós. Hay una manera consciente de ser docente. Es posible concentrarse más en ese privilegio, vivirlo con los ojos más abiertos, controlar mejor el tiempo y sus tiempos. Más allá de que, efectivamente, hay que programar la duración física de las clases y la distribución del temario a lo largo del curso existe otra dimensión que espera nuestra capacidad de estimarla y disfrutar de ella. 
La primera clave del Kairós en educación estriba en distinguir lo superfluo de lo importante. 

¿Y la segunda?
La segunda, en la capacidad de congelar un momento concreto de cada día de clase, un aquí y ahora, una vivencia, para saborearla en el presente, mientras está sucediendo, y para que vaya formando parte de la historia que nos contemos al llegar a la meta. Porque ser docente va de historias. La tercera clave del Kairós en educación es su relación directa con la ética. Los docentes no podemos resignarnos a permanecer atrapados en una sola dimensión temporal, aquella que nos constriñe en un planeta chato de timbres que suenan y burocracia. Aunque ese planeta sea inevitable, debemos encontrar un momento de la convivencia diaria con los alumnos para vivirlo a cámara lenta.

Interesante…
Y es que enseñar no consiste en resolver la fórmula “alumno x = tiempo requerido para obtener tal resultado”. Se trata de transmitir a la gente joven sentido crítico, valores empoderantes, conocimientos sobre el presente y el pasado, y apertura mental para que ellos mismos puedan diseñar el futuro que deseen. 

Por último, ¿qué libros recomendaría a los docentes que están leyendo esta entrevista?
Me parece que este momento de reflexión invita a volver a leer los libros que marcaron nuestra vida: la adolescencia o la madurez. Y descubrir qué nos cuentan ahora que ha pasado el tiempo. Es un ejercicio maravilloso, que yo ya he hecho y del que he aprendido muchísimo.


Si te ha gustado la entrevista a Carmen Guaita, no te pierdas la de José Antonio Fernández Bravo: “Para saber cómo se enseña, hay que saber cómo se aprende”.02

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