¿Cómo nos definen las emociones a las personas?
Lo que nos define es nuestra identidad esencial. Las emociones que mejor nos definen son aquellas que pueden expresar mejor y más adecuadamente dicha identidad esencial. La mayor parte de la literatura sobre emociones habla de las emociones básicas: el asco, el miedo, el llanto, etc. Las plantean como una respuesta del propio cuerpo ante un estímulo de cara a la supervivencia.
Pero el ser humano ha evolucionado y con nosotros nuestro entorno social, por lo tanto los estímulos ante los que respondemos también han cambiado. Ahora no salimos de casa por la mañana con el miedo de que nos vaya a atacar una fiera. Tenemos, por norma general, las necesidades básicas cubiertas. Todas esas emociones, siendo básicas, no nos definen, son emociones fundamentales pero no esenciales, en el sentido de que no expresarían nuestro ser más profundo, nuestra identidad más esencial.
¿Y cuáles nos definen?
Nos define, por ejemplo, el gozo, para nada la tristeza, aunque en algún momento pueda sentirme así. Por otro lado, forma parte de mi identidad la paz, y no la ira o la rabia, aunque las sienta en un momento determinado, Por eso yo planteo la necesidad de derivar un poco el discurso, pasar de la inteligencia emocional a la identidad esencial. Ahora hemos descubierto el mundo de las emociones y estamos muy focalizados a ello, pero tenemos que estar alerta porque olvidamos que en el centro está la identidad, con la parte vital, energética y la inteligencia de cada persona.
¿Los niños y las niñas saben reconocer sus emociones?
A veces no saben reconocer las propias pero sí reconocen las de los otros. A los pocos meses los bebés ya reconocen el gesto alegre o enfadado de sus madres. Viven este reconocimiento pero no lo entienden. El entorno adulto es el que debe acompañar esta toma de conciencia de aquello que se siente. Poner nombre a las emociones ayuda a este proceso para que a medida que se desarrolle pueda comunicar esa emoción.
En este apoyo a descubrirse, ¿qué papel juega la escuela y qué papel juega la familia?
Lo vamos a resumir en qué papel debe jugar el adulto. Sea cual sea la relación que tiene el adulto con el niño, lo fundamental es que nosotros mismos seamos capaces de reconocer nuestras propias emociones. No podemos enseñar a otros lo que no sabemos ver en nosotros mismos. Este trabajo previo es importante.
¿Y sabemos hacerlo?
Nosotros no hemos sido educados en esta clave, incluso algunas generaciones han sido educadas en la represión de determinadas emociones. Tenemos unos deberes pendientes aquí por hacer y es importante que seamos conscientes de esto. Cuando yo me formé como maestro nunca me hablaron de las emociones. El papel fundamental es abordar la identidad esencial y esto pasa porque el adulto haya hecho previamente este auto-reconocimiento.
¿Ahora sí se forma a los docentes en el aspecto emocional?
Yo creo que estamos empezando. También corremos el riesgo de que esto se convierta en una moda y que en pocos años lo abandonemos para ponernos con otra cosa. Antes la formación de los docentes estaba centrada en el proceso de enseñanza. Pero en realidad es el alumno el que aprende, ése es el foco.
¿No hemos puesto bien el foco hasta ahora?
Yo creo que no. No porque yo enseñe a hablar a un perro, aprenderá. La neurociencia ahora nos está orientando a una formación basada en el aprendizaje, poniendo la atención en el que aprende, no en el que enseña. Cuando hay un encuentro profundo entre el adulto y el niño, se produce un aprendizaje completo y perdurable. Tenemos que trabajar por una pedagogía del encuentro en la que enseñanza y aprendizaje se integran, se interrelacionan adecuadamente.
Más allá de la tarea educativa y de los procesos de aprendizaje. ¿Qué impacto tiene en el desarrollo personal de los alumnos trabajar el ámbito emocional?
Es curioso porque en todas las leyes de educación hablamos del desarrollo integral del alumno, pero hasta ahora no se había contemplado la dimensión emocional y afectiva. Podemos observar cuando trabajamos en este campo que hay una mejora en el alumno en sus conductas personales y en su rendimiento académico. Hay algo relevante que cada vez observan más docentes y es que los niños de hoy en día están muy rotos, hay una gran cantidad de adaptaciones curriculares, diversidad, necesidades especiales, etc. Muchos profesores señalan que nunca habían tenido tan pocos alumnos en el aula pero tampoco habían estado nunca tan agotados.
¿Y a qué se debe?
Los niños, en una sociedad tan cambiante, con un impacto tecnológico tan grande, donde lo que ayer servía hoy ya no, van muy perdidos. Antes, todos los mensajes que llegaban al niño iban en la misma dirección. Hoy los valores que recibe en el colegio no siempre son los mismos que recibe en casa. Todo esto hace que el alma del niño esté quebrada. Tenemos que enseñar a los niños a navegar por ese espacio exterior tan inestable. Suelo decir que cuando los adultos “perdemos el norte” los niños terminan “desnortados”.
Pero no hay mayor rentabilidad que construir seres humanos que sean capaces de gestionar su vida.
¿Los docentes tienen espacio donde acompañar sus propios procesos emocionales?
Es obvio que deberían tenerlos. Es la presencia del adulto lo que finalmente va afectando al niño, es el aroma que derrama delante de los alumnos lo que éstos respiran y van incorporando lenta, sutil e inevitablemente. Me preocupa que cedamos tanto espacio a la tecnología, que absoluticemos los medios y los recursos, el qué y los cómos y no prestemos atención al quién, al porqué y al desde dónde de cada gesto pedagógico. La presencia, el ejemplo, la esencia del docente es irremplazable. Y esta persona debe estar en condiciones de ejercer su profesión con su mejor versión y en las mejores condiciones posibles.
Ponemos énfasis en el reconocimiento de las emociones pero, ¿Qué importancia tiene saberlas comunicar?
La expresión es una forma de sacar la presión de nuestro propio cuerpo. Cuando comunicamos tenemos una voluntad consciente de hacerlo, de mover esa emoción. Podemos saltar de alegría, pero también podemos expresar alegría cuando saludamos a alguien, si es que esta emoción nos representa. Cuando algo activa la rabia, por ejemplo, es muy saludable saberla manejar y expresarla de forma consciente y adecuada al momento o situación.
¿Cómo podemos expresar una emoción como la rabia de forma controlada? ¿Reprimiéndola?
Cuando no hay expresión lo que hay es represión, por lo tanto, la presión circula por dentro. Podemos trabajar la inhibición, que es otra manera de manejar las emociones. Una cosa es la expresión abierta, pero en algunos casos es mejor inhibir una emoción para externalizarla después de forma conveniente y adecuada, en otro contexto mucho más propicio y pertinente.
¿Nos pone un ejemplo?
Hay muchas maneras de expresarse. Por ejemplo escribiendo un texto, una carta a alguien con quien tenemos un asunto emocional pendiente. No hace falta que esta carta llegue al destinatario, pero hacer el ejercicio de escribir lo que sientes hacia esa persona es positivo para el individuo que tiene la emoción. El objetivo de la expresión no es que el otro cambie, sino que nosotros podamos recuperar nuestro propio equilibrio. La comunicación sí que requiere este feedback, ésta implicación de la otra parte. Pero tu te puedes expresar aunque no haya nadie, puedes ir a expresarte con gritos en medio del campo mientras estás solo y quedarte la mar de bien.
¿Qué podemos enseñar a los niños en este sentido?
¡Muchísimas cosas! En los centros educativos se hace mucho hincapié en el respeto en la expresión y en la comunicación: respetar el turno de palabra, escuchar, argumentar, etc. Sin embargo, cuando pones la televisión pocas veces llegas a sentir vergüenza de lo que ves: nadie se escucha, se chillan, se desacreditan, no se comunican. Es vital que los niños tengan capacidad crítica para darse cuenta de esto y que sean conscientes que lo que aprenden en el aula es lo realmente útil para vivir.
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