Hace ya algunos años Carlos García Gual nos alertaba sobre el creciente descrédito de las humanidades y la literatura en la sociedad actual. De hecho, los programas educativos actuales han reducido considerablemente el número de horas dedicadas a la lectura y estudio de la literatura. ¿Cree que existe un desapego real por la cultura literaria? 

Sí, lo atribuyo a una visión muy reductora de la formación de las personas. Existe un orden de valores trastocados donde se le concede importancia absoluta a lo que, visto desde otro punto de vista, resulta secundario. Se da mucha importancia a la pragmaticidad, a la supuesta eficacia, también se utiliza el término empleabilidad. Se considera que es más importante enseñar destrezas puntuales y prácticas que contribuir a la configuración de la personalidad, que es lo fundamental en las primeras etapas de la formación de las personas. En este sentido, lo que no se aprende durante la infancia es imposible aprenderlo más tarde porque la persona va madurando mientras está siendo educada y cuando llega a cierta edad se desliga del proceso educativo. Pero las destrezas concretas y puntuales siempre se pueden aprender. De hecho, la propia configuración de la sociedad, cada vez más, nos va a exigir una formación continua. Yo creo que es una falta de perspectiva respecto a lo que es sustantivo en esa etapa primera de formación básica, donde hay que configurar en plenitud la personalidad de los jóvenes.

¿Qué valores y qué destrezas puede aportar la literatura a la formación de los estudiantes?
En primer lugar, tiene una función fundamental que es enseñar de manera grata la lengua. La primera destreza que la gente adquiere al leer es la destreza expresiva: conoce su idioma, su vocabulario, se familiariza con las estructuras gramaticales y aprende ortografía. No hay mejor manera de aprender ortografía que leyendo. Aparte de esto, la literatura enseña la condición humana y proporciona un gran número de informaciones complementarias de tipo histórico, artístico, económico, científico. Está llena de contenido y de sabiduría. Yo distinguiría tres utilidades máximas: el conocimiento del idioma, el enriquecimiento de los contenidos de los que ya hemos hablado, y por último la condición del sentido estético. La literatura emociona a través de la belleza y a través de la palabra, y esa vinculación entre emoción, belleza y palabra es uno de los réditos mayores que podemos obtener de la literatura.

¿Qué consecuencias cree que puede traer consigo este desdén por los estudios humanísticos?
Lo que ya hace años algunos sociólogos como Marcuse llamaban el “hombre unidimensional”, es decir, seres humanos enormemente limitados con unas perspectivas muy chatas, muy reducidas. Llegaríamos a un despilfarro del enorme potencial de desarrollo que la condición humana nos proporciona y que la formación humanística nos ayuda a desarrollar en plenitud. Esto tiene unas consecuencias muy malas porque la propia vida social, la propia democracia, necesita de ciudadanos excelentes, formados al máximo. La atención a las humanidades tiende a crear individuos y ciudadanos mejores.

A pesar de ello, a todos nos gustan las buenas historias y sobre todo a los niños y niñas. ¿Qué cree que se puede hacer desde las aulas para que el alumnado aprecie los buenos libros y goce con su lectura?
Precisamente esto. Los profesores tenemos que conseguir que brote la chispa del disfrute estético en nuestros alumnos. Hay que tener mucho cuidado en no presentar la literatura como una disciplina árida o con unas exigencias utilitarias. Tenemos que aprovechar el potencial que tiene la literatura de seducir, de emocionar, de producir un efecto de percepción de belleza en los estudiantes. Tenemos que evitar que nuestra manera de enseñarla introduzca una barrera entre el estudiante y la propia literatura. El profesor debe ser muy transparente y dejar que sea la propia literatura la que actúe e interaccione con el estudiante. Hay determinadas estrategias que pueden ayudar mucho a esto.

¿Qué tipo de estrategias?
Sobre todo una buena selección de los textos, una buena interpretación de cuáles son los horizontes de expectativas de los alumnos que pueden cambiar de un año al otro, de una promoción a otra promoción. Tener las antenas muy desplegadas para empatizar con el alumno. Con el conocimiento que los profesores tenemos, debemos saber proyectar sobre nuestros alumnos aquella literatura que en ese momento a ellos les pueda enganchar. No se trata de enseñarles la literatura que ellos prefieran, sino crear una confianza con ellos para introducir toda la literatura que nosotros creemos que deben conocer.

¿Y las familias, cómo pueden transmitir a los más pequeños el gusto por la lectura?
Que sean ellos mismos los favorecedores de la lectura. Esto pasa por la aproximación al libro, en cualquiera de los soportes. Yo creo que el libro impreso va a continuar teniendo vigencia, pero si hoy en día los nativos digitales empiezan a leer a través de dispositivos electrónicos, no desdeñar tampoco que la primera lectura literaria llegue desde allí. De todos modos, la propia pujanza del sector editorial demuestra que sigue muy vigente la aproximación al libro. Los libros que hoy se editan están concebidos en función de las expectativas de los más jóvenes, son muy seductores. Pueden ser una obra de arte, una máquina muy perfecta. Los padres lo que tenemos que hacer es que nuestros hijos sepan que la lectura forma parte de nuestra vida.

Este año se celebra el cuarto centenario de la publicación de la segunda parte de el Quijote. ¿Qué hace de esta obra un libro tan universal?
Es la obra más universal de nuestra literatura, y casi podría decir que es la más universal de todas las literaturas. El Quijote es fundamentalmente y, al mismo tiempo, un libro regocijante, melancólico y sabio. Está lleno de sabiduría culta y popular. Don Quijote y Sancho son dos arquetipos que aportan las dos dimensiones cultas: la de los libros y la de la vida. Como se pasan todo el tiempo hablando, porque el Quijote es un libro de diálogos, resulta muy seductor para los lectores porque se acaban por sentir inmersos en una conversación en la que se habla de muchas cosas que siguen teniendo plena vigencia hoy. No defrauda nunca. Hay mucha gente que hace con el Quijote como con la Biblia: abrirlo por una página al azar y empezar a leer. Y lo que está leyendo le resulta de utilidad. Es un libro gracioso e irónico, pero tiene una profundidad humana muy grande. Es un libro melancólico porque todos nos sentimos identificados con lo que querríamos ser y lo que la vida nos permite. El choque entre el modo en que nos gustaría ver las cosas y cómo las cosas son definitivamente.

¿Es esa la razón por la que este libro continúa apelando al lector tal y como lo hacía hace 400 años?
Sin duda alguna, esa es una prueba incontestable. Los clásicos son los libros que le siguen diciendo cosas a los lectores que pertenecen a una sociedad distinta a aquella en la que el libro fue escrito. Lectores que ya no tienen contacto posible con quien fue el autor. En el caso del Quijote, incluso apela a lectores que no pertenecen a la lengua en la que fue escrita y tampoco a la sociedad ni al país. El Quijote es una obra profundamente española, pero al mismo tiempo aporta unos valores de universalidad.

¿Usted cree que se lee suficientemente el Quijote en nuestros centros educativos?
No puedo emitir una respuesta al respecto porque no dispongo de datos exactos. Lo que sí podemos decir es que el sistema no ofrece garantías de que el Quijote sea una lectura, no digo obligatoria, pero sí obligada dentro de los planes de estudios. Hace 100 años, cuando se conmemoraron los 300 años de la publicación de las dos partes del Quijote, hubo varios decretos del Gobierno para establecer la lectura obligatoria en todas las escuelas. Entonces hubo polémica porque algunos escritores decían que estaba muy bien, por ejemplo Miguel de Unamuno, pero también hubo quien se postuló en contra, como Ortega y Gasset. Su argumento era que consideraba que el Quijote era una obra desmitificadora y que a los niños hay que ofrecerles mitos, cosas en las que crean.

Algunos docentes creen que la extensión de la obra o el lenguaje cervantino son obstáculos a la hora de leer y estudiar el Quijote en las aulas. ¿Recomienda usted aproximarse a él a través de adaptaciones?
Sí, sin duda alguna. El Quijote es un libro para leerlo más de una vez y a mí me parece que la primera vez, para engancharse, la mejor manera de hacerlo es a través de las magníficas adaptaciones que existen ya desde el siglo XIX.

¿Qué características debe tener una buena adaptación?
Fundamentalmente que, con mucho respeto a la lengua de Cervantes que aún es un lenguaje muy similar al nuestro, evite aquellos párrafos y aquellos términos donde hay una distancia mayor. Que las palabras no se conviertan en una barrera para su compresión. También es muy interesante aligerar los meandros y recovecos que el Quijote tiene sobre todo al principio, y que distraen el argumento principal y pueden resultar disuasorios. La intercalación de historias ajenas a la línea principal es algo que también puede aligerarse en las ediciones adaptadas.

¿Qué papel atribuye usted a los clásicos en la educación?
Para mí es un papel fundamental. La literatura es un repertorio de obras eminentes que han conseguido superar las barreras del tiempo y el espacio. De modo que, aunque yo soy decidido partidario de leer la lectura actual y creo que se debe fomentar que los jóvenes se conviertan en lectores de la literatura de su momento, sin embargo, los clásicos han dicho cosas que no se han mejorado después de ellos y que nos hablan a nosotros de nuestra realidad. Esa es la condición de un clásico. Es como si hubieran conseguido acuñar de manera perfecta los sentimientos, las pasiones, las circunstancias.

¿Las nuevas tecnologías están cambiando los hábitos de lectura de los estudiantes?
Sí, en general, toda nueva tecnología cambia nuestros hábitos. McLuhan decía que las nuevas tecnologías actúan como extensiones de nuestros sentidos. Modifican nuestra relación con el entorno, pero no hay que ser catastrofistas. No hay que pensar nunca que los cambios van a destruir la condición humana, que es muy fuerte y muy poderosa. Son cambios que no son modificaciones irreversibles. Igual que la radio no terminó con la conversación, la televisión y el cine no terminaron con el teatro, hoy en día el libro electrónico no está terminando con el libro de papel.

Las editoriales se esfuerzan cada vez más en conseguir formatos que resulten atractivos para un público saturado de estímulos a su alrededor. ¿Qué cree que debe hacerse para que la edición impresa siga resultando atractiva para esta generación?
A mí me parece que las ediciones pensadas para un público juvenil son muy atractivas, y que los diseñadores son unos auténticos artistas, no solo porque se expresen artísticamente, sino porque saben encontrar el punto del receptor: saben colocarse en la perspectiva estética de este. No es un tema que me preocupe en absoluto. Creo que la industria editorial va por muy buen camino y el libro de papel, sin dar el paso a la interactividad que posibilita el mundo digital, goza de muchísimos elementos y factores de extraordinaria atracción para el lector.
Yo sigo muy atentamente la producción de literatura juvenil  e infantil y verdaderamente me quito el sombrero ante lo que editores y diseñadores están haciendo.

Además de la interactividad que ofrecen los formatos digitales, ¿Qué más ventajas cree que tienen este tipo de libros?
Tienen la ventaja de la hipertextualidad, que se refiere a la relación del texto con otros textos. También la neutralización entre lo oral y lo escrito, y también la contraposición de los signos simbólicos, que son las palabras, y los signos icónicos, que son las imágenes. El libro electrónico incluye voz, sonido, imagen, movimiento, y también permite que el actor interaccione con él. Es como un gran complejo de comunicación. El libro tradicional también es interactivo porque el acto de leer también es un acto de interacción. Al leer, debemos cooperar con el libro, inquiriendo sobre aquello que le falta al libro y poniéndolo nosotros con nuestra imaginación. Por esto la lectura es una actividad extraordinariamente activa.

Y por contra… ¿algún inconveniente?
Puede ocurrir que la capacidad de seducción que tienen acabe favoreciendo más la superficialidad que la profundidad del concepto. Que la carcasa sea tan seductora que no permita ir al fondo de la cosa.

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