¿El consumismo está presente en las aulas?
Más que hablar de consumismo hablaría del mercado, y creo que a día de hoy está fuera de las aulas. Pese a que ya detectamos ciertas incursiones, el mercado aún no ha convertido la educación como tal en un negocio. Si la educación es consumista es porque vivimos en una sociedad que se basa en el mercado y en el interés de este de generar más y más necesidades. Pero creo que la escuela es aún una de las zonas poco mercantilizadas en la vida de las personas.
¿Es posible educar en el no consumismo dentro de una sociedad como la nuestra?
Es posible, pero es francamente difícil. Las condicion,s serían hacerlo en grupo, porque si no los niños y las niñas se ven raros. Debería llevarse a cabo en el centro al completo.
Cuando un niño o niña recibe tantos impactos de publicidad a lo largo del día, ¿qué herramientas requiere para saber qué necesita y que no?
El problema es que la generación de los padres es la realmente consumista. Esto es importante, porque atribuimos a los niños ser consumistas cuando realmente quien está consumiendo es el adulto. Padres y profesores son la generación que más ha consumido en toda la historia.
¿Qué herramientas podemos darles a los pequeños para que no repitan el patrón?
Los niños y niñas tienen la intuición de que las cosas se van a complicar, cuando la generación de sus padres a menudo no es ni consciente. Hay que cambiar muchos aspectos, para empezar los contenidos curriculares que se estudian, porque son pro-consumistas. Cuando se estudia Historia no se explican las grandes corporaciones que están desaparecidas, pero cuando estudian inglés de las primeras cosas que les enseñan es cómo comprar. Cuando se hacen problemas de matemáticas una gran parte son socialización para las compras, sin distinguir en ningún caso las compras necesarias de las innecesarias. El planteamiento curricular es totalmente pro-consumo.
Se ha hablado de evitar el lenguaje y contenido sexista en materiales educativos… ¿hay también un lenguaje antiecológico que deberíamos evitar?
Sí, está menos trabajado que en el ámbito del sexismo, pero sí. Por ejemplo, la palabra producción se utiliza muy mal. “Producción de carbón” o “producción de petróleo” es incorrecto porque propiamente dicho no se produce, sino que se extrae. Una buena parte del lenguaje económico está muy equivocado. Hablamos de riqueza, cuando en realidad estamos destruyendo entornos ambientales y sociales. Hay que reconvertir el lenguaje. La economía ecológica ha trabajado en este ámbito, también la economía feminista. Palabras como bienestar, progreso, desarrollo, crecimiento… son términos que hay que repensar y resemantizar.
¿Qué más ejemplos tiene al respecto?
Por ejemplo, limpio y sucio. Tenemos la concepción que una ciudad europea es más limpia que una ciudad de la India. En términos absolutos esto es falso, porque genera muchísimo más residuo la sociedad europea que la india. Sin embargo, consideramos que sus ciudades son sucias, en este caso, porque no esconden la basura, cosa que nuestra sociedad sí que hace.
Una de las consecuencias más previsibles del ritmo de consumo que las sociedades occidentales llevamos es el colapso ecológico. ¿Qué tres medidas plantearía trabajar con niños y niñas para que sean conscientes del impacto de su día a día en nuestro ecosistema?
Una sería el cambio alimenticio. Los comedores ecológicos lo tienen todo: la vivencia, la posibilidad de estudiarlo, de salir fuera y ver la producción cercana y ecológica, etc. Si todo esto entrara dentro de los contenidos curriculares, les daría una buena perspectiva.
Lo segundo tendría que ver con experiencias de movilidad: no movemos suficientemente el cuerpo. Los humanos necesitamos movernos, andar, correr, bailar, subir a los árboles. Pero nos limitamos el espacio y el movimiento. Todo está colonizado por objetos peligroso que inhibe ese movimiento. Sentamos a los niños demasiadas horas en los pupitres.
La tercera sería vivir del sol actual. Todo lo que tiene que ver con transiciones energéticas, todo lo que tiene que ver con la fotosíntesis. Darle una vuelta al tipo de energía que consumimos y a la reducción de este consumo también.
¿En qué ve que los niños son más conscientes que los padres respecto a los valores medioambientales?
En que los niños riñen a los padres cuando no reciclan bien, o que las generaciones más jóvenes se están apuntando al veganismo con más facilidad. Los niños y la gente joven están siendo más atrevidos. Esto también pasará con los vehículos: para los adultos de hoy tener coche era símbolo de estatus; para la generación que viene lo será otro tipo de tecnología, pero no el coche.
A menudo las personas tendemos a modificar únicamente aquellos hábitos que no nos suponen esfuerzo, ¿son los niños más abiertos a este tipo de retos o plantean las mismas resistencias?
Los niños asumen esfuerzos muy superiores a los que asumen sus padres. Es importante adueñarse de la Historia y concienciarnos de que podemos sacudir la realidad. El ser humano está predispuesto a esto. Los adultos a veces pensamos que la realidad viene dada, generalmente por el mercado, y que nosotros poco podemos hacer. Aunque sean experiencias pequeñas, de micropolítica, que signifiquen cambiar la rotonda que hay al lado del colegio, hasta cosas más grandes, como las movilizaciones que hemos vivido recientemente. Son oportunidades de mover la Historia y debemos saber que está en nuestras manos hacerlo.
Con consumir menos y mejor no es suficiente, los actores más problemáticos a nivel medioambiental son las empresas e industrias.
Aquí está la clave, porque el sector de la producción es el actor olvidado en todo esto. Muchas de las conductas que tenemos no las podemos casi ni elegir. Tenemos que aprender a tener una cosmovisión que nos ayude a entender que hay comportamientos institucionalizados que son intolerables.
¿Cree que debemos desde las escuelas transmitir que también entra dentro de nuestra responsabilidad exigir a gobiernos y corporaciones un cambio en este aspecto?
Por supuesto. Lo que no podemos hacer es culpabilizar a los niños o a las familias de que contaminan. Pero es que hay otra parte que se está dejando de lado y es que se está ordenando el mundo de una forma errónea. Hay que empoderar a los niños y niñas para que sepan que ellos también tienen capacidad para incidir en esta ordenación.
¿Qué valores cree que deberían trabajarse en las aulas para fomentar una sociedad más comprometida?
Hay que trabajar la construcción colectiva. En vez del sálvese quien pueda debemos hablar de cómo aprender a organizarnos en grupo, porque es más ecológico y más entretenido y motivador. Esto que tiene que ver con la autoorganización es algo que hay que trabajar como valor y como conducta.
Por otro lado hay que trabajar la idea de la naturaleza en relación al ser humano. La naturaleza no es una cosa periférica, es la posibilidad de vivir. Hay que poner en el centro del aprendizaje el respeto y el valor a la propia vida.
Y por último, aprender a desarrollar nuestros placeres en lo que es inacabable y no contaminante, que es la cultura y las relaciones humanas. Todo lo que sea producción, objetos, movimiento… es preferible disminuirlo.
Si te ha gustado la entrevista a Fernando Cembranos, no te pierdas la que le hicimos a Yayo Herrero.
Estoy interesado en este tema desde hace mucho, sobre todo el impacto navideño publicitario que se ejerce sobre los menores. Estoy a favor de enseñar a.formar un criterio propio, enseñarles a dudar hasta de sus supuestas autoridades.
Sin embargo, cómo evolucionaría una sociedad consumista a un mundo donde los niños vean que no necesitan tantos juguetes, el mundo de la imagen decaiga y con ellos las empresas estéticas y la publicidad sea vista como absurda: un mundo que descubra que realmente no necesita comprar para ser feliz.
Creo que todos los extremos no son buenos. Estimo que lo mejor es el justo equilibrio y por lo tanto la educación,por ende sus contenidos y alcances,deberian direccionarse hacia el equilibrio en todas las cuestiones de la vida con firmes criterios de sustentabilidad.