¿A qué nos referimos exactamente cuando hablamos de educación no formal? ¿Qué ámbitos puede abarcar?
Por educación no formal se entiende el conjunto  de instituciones y actividades educativas planeadas pero que no forman parte del sistema educativo reglado (desde el nivel preescolar hasta los estudios universitarios). De hecho, la educación no formal puede abarcar cualquier ámbito formativo. Fácilmente podríamos encontrar ejemplos de actividades educativas no formales relacionadas con cualquier función o tipo de contenido instructivo o formativo. Así, por ejemplo, la educación no formal cuenta con un amplio subsector relacionado con el tiempo libre, otro también muy extenso relacionado con la formación para el trabajo, e incluso asume funciones relacionadas con la educación formal (como las clases particulares). Igualmente, incluye ofertas educativas para cualquier etapa de la vida: infancia, adolescencia y juventud,  personas adultas, o tercera edad.

¿En qué momento se empieza a hablar de educación no formal?
Esta denominación empezó a utilizarse extensamente a partir de finales de los años sesenta del siglo pasado. Y se puso en boga, sobre todo, a raíz de un libro que en su momento tuvo mucha difusión internacional e influyó bastante tanto en el discurso pedagógico como en las políticas educativas. Me refiero a The world educational crisis de P. H. Coombs (1967. En español, 1971). En esta obra se hacía un énfasis muy especial en la necesidad de desarrollar medios educativos diferentes a los propios y convencionales de la escolarización, medios a los que se proponía denominar “no formales”.
Ahora bien, el hecho de que la expresión educación no formal se empezará a utilizar entonces no significa, ni mucho menos, que aquello a lo que ella se refiere no existiera ya mucho antes. En realidad, la que ahora llamamos educación no formal es, incluso, anterior a la escuela y, todavía más, al establecimiento de los sistemas educativos formales. Lo que ocurrió es que, sobre todo a partir del siglo XIX y durante buena parte del XX, por el gran desarrollo que entonces se produjo en los sistemas escolares, llegó casi a confundirse educación con escolarización. Dicho de otra manera, la escuela (y por extensión, el sistema formal), junto con la familia, llegaron casi a monopolizar el discurso pedagógico; olvidando que, incluso en sociedades muy escolarizadas como la nuestra, las personas siempre aprenden y se forman por medio también de otros muchos procesos, situaciones y vivencias.

Los niños y niñas de hoy en día pueden realizar multitud de actividades para desarrollar distintos hábitos, conocimientos, actitudes… pero, ¿no sobrecargamos sus agendas?
Desde luego no se puede generalizar, ya que en nuestra sociedad hay niños y niñas que deberían poder acceder a determinados servicios e instituciones educativas y, por diferentes causas, no pueden hacerlo; y, en cambio, hay otros que –como bien dices – tienen unas agendas educativas sobrecargadas. Niños y niñas que cada día, después de la jornada escolar, tienen actividades extraescolares, y que una parte de los fines de semana y de las vacaciones la tienen igualmente comprometida con numerosas actividades educativas institucionalizadas. Yo alguna vez los he llamado niños hiperinstitucionalizados.

¿A qué se debe?
Por un lado, a la sin duda loable intención de muchas familias de que sus hijos obtengan la máxima formación posible. Pero tampoco hay que ocultar que algunas de las actividades extraescolares o no formales cumplen también una clarísima función de custodia, para paliar en lo posible los desajustes existentes entre los calendarios y horarios laborales y los calendarios y horarios escolares. Por decirlo de otra manera, la oferta extraescolar  intenta dar respuesta a dos problemas parcialmente distintos que se plantean las familias: el de “¿que es lo que necesita o conviene formativamente al niño?” y el de “¿qué vamos a hacer con él cuando no está en la escuela?”.

¿Cuál es la mejor forma de administrar el tiempo libre? ¿Cuál sería el punto de equilibrio?
En este sentido, hay que tener en cuenta que la calidad de vida de un niño exige que su tiempo no esté excesivamente ocupado ni por actividades institucionalizadas ni por actividades cuyo sentido principal reside en prepararle para cuando sea mayor.  Procurar el bienestar de un niño exige también dar satisfacción a sus necesidades e intereses actuales. Y ello comporta, entre otros cosas, garantizar que pueda disponer de una cantidad suficiente de tiempo realmente libre.

Las personas que se implican en la educación no formal no tienen porqué estar tituladas, ¿es necesaria la formación en este tipo de actividades?
En realidad, para algunas actividades no formales sí que se requiere, incluso oficialmente, algún tipo o nivel de titulación. Pero para hablar de la formación y de la titulación necesarias o convenientes para ejercer funciones educativas, habría que entrar en una casuística que no es posible desarrollar brevemente. En general –y para ser políticamente correcto- habría que decir que para el desempeño de funciones educativas se precisa formación. Pero esta formación no necesariamente ha de estar siempre acreditada mediante títulos. Por ejemplo, para ejercer una de las funciones educativas más importantes –la de padre o madre- no se requiere ningún tipo de acreditación pedagógica. Está muy bien que haya cursos, cursillos, actividades  para la formación de padres y madres, así como toda esa cantidad de literatura de autoayuda sobre educación familiar, pero  ya sería el colmo de la titulitis que se llegara a exigir que todo aquel que quiera ejercer la paternidad deba acreditar haber recibido algún tipo de formación pedagógica específica. No hay que confundir los títulos con la formación que realmente se posee, ni con el correcto desempeño de las funciones.

Los títulos no siempre son garantía de aptitudes y habilidades, ¿no?
Sobre eso mismo, hace bastantes años, Ivan Illich planteaba una interesante paradoja para desenmascarar la falacia del credencialismo imperante de nuestra sociedad. Más o menos venía a decir lo siguiente: imaginemos que dos candidatos se presentan a un puesto de trabajo. Después de pasar todas las pruebas pertinentes que la empresa ha dispuesto, ambos demuestran estar igualmente preparados. La única diferencia entre los dos es que uno posee un título académico y el otro no. Lo más probable es que entonces  quien se quede con el puesto de trabajo es el que tiene el título, con lo cual –reflexiona Illich-  la empresa sin darse cuenta estará contratando al que probablemente menos se lo merece. Si para llegar a un mismo nivel de competencia uno ha necesitado todo un proceso formal de preparación (profesores, instituciones, títulos …)  y el otro ha conseguido el mismo nivel por sus propios medios y sin necesidad de todo ello, significa que éste último es seguramente quien más aptitudes reales tiene.

Las familias ¿pueden o deben implicarse también en los espacios de educación no formal en los que participan sus hijos?
Por supuesto que la familia debe implicarse en las instancias educativas no formales en las que participan sus hijos. Y lo cierto es que en algunas de ellas suelen participar tanto o incluso más de lo que lo hacen en la escuela. Me refiero, por ejemplo, a instituciones no formales como centros de educación en el tiempo libre, escultismo, etc. Esto tiene su lógica, ya que tales actividades tienen un componente de voluntariedad (tanto por parte de las familias como de los niños) que facilita y alienta una mayor implicación.

¿Qué relación debe existir entre la educación formal y la no formal? ¿Es necesaria una coordinación de algún tipo?
Entre la educación formal y la no formal (y también, como acabamos de ver, entre ambas y la familia) existen relaciones múltiples. De entrada, hay relaciones que podemos llamar de complementariedad: partiendo de la idea de la educación integral que estipula que deben desarrollarse armónicamente todas la dimensiones de la persona (la intelectual o cognitiva, la afectividad y los sentimientos, la sociabilidad, los aspectos morales, etc.), parece que hay una cierta distribución de tareas y responsabilidades. Un reparto que debiera funcionar no por exclusión, sino por énfasis: es verdad que la familia atiende de forma preferente a los aspectos afectivos, pero eso no significa, ni mucho menos, que los niños hayan de dejar aparcados sus sentimientos en la puerta de la escuela. La educación formal tradicionalmente atiende de forma preponderante a la formación intelectual y cultural, lo cual no supone que en muchas instituciones no formales la cultura no tenga una presencia muy relevante. Las instituciones de educación en el tiempo libre antes citadas suelen hacer un énfasis grande en el desarrollo de la sociabilidad entre iguales, pero eso tampoco implica que la escuela pueda despreocuparse de tal aspecto. Es decir, ninguna instancia educativa puede prescindir de ningún aspecto de la formación integral, pero lo cierto es que cada instancia asume más responsabilidades en unos aspectos que en otros, y tampoco está mal que así sea.

A día de hoy, ¿cree que se complementan bien?
Si las distintas instituciones cumplieran realmente con sus cometidos y responsabilidades propias, no habría ciertas disfunciones que se dan actualmente. Valga un ejemplo muy concreto: el hecho de que muchas familias deban buscarse la vida mediante ofertas no formales de pago para suplir las carencias (a menudo reales) del sistema formal en la enseñanza del inglés como lengua extranjera. Y viceversa. Al sistema formal tampoco se le tendría que exigir que se dedicase a ciertos contenidos formativos que debieran tener su lugar propio, si acaso, en la familia o en otras instancias no formales. Me refiero, por ejemplo, a la controvertida enseñanza confesional de la religión en la escuela.
Además de las citadas relaciones de complementariedad, también deberían darse relaciones de colaboración y de coordinación. En este sentido, habría también que operativizar plataformas locales de coordinación entre las diversas instituciones educativas, culturales y sociales del territorio. Estas plataformas  podrían entonces facilitar actuaciones y programas de colaboración diversos: por ejemplo,  incrementar el uso de equipamientos escolares fuera del horario y calendario lectivos para actividades no formales, culturales o incluso recreativas; poner en marcha programas de aprendizaje servicio; facilitar el acceso de las instituciones educativas formales y no formales a medios de comunicación locales, etcétera.

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Tiching

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