En un contexto tan cambiante como el que vivimos, ¿cómo encaja la innovación pedagógica?
Cuando hablamos de innovación pedagógica, fundamentalmente hablamos de cambiar los procesos de aprendizaje y de enseñanza. Su finalidad, obviamente, es generar resultados más satisfactorios que los que se obtienen siguiendo las metodologías tradicionales, y resultados más acordes también a lo que necesitamos hoy en día. Yo entiendo que hemos cambiado mucho respecto a necesidades anteriores y en este sentido es ilógico seguir utilizando las metodologías empleadas puesto que no responden a los retos que plantea hoy la sociedad.
¿Qué debe tener en cuenta un docente cuando decide utilizar metodologías innovadoras en el aula?
Hay muchos docentes que están apostando por probar cosas nuevas, distintas a las que tienen producto de la insatisfacción. Cuando pruebas cosas, a veces aciertas y a veces no, no hay una fórmula mágica. Es muy importante tener en cuenta que nos movemos en un territorio inestable pero muy emocionante. Lo que estamos haciendo realmente es hacernos preguntas y respondérnoslas a nosotros mismos, estamos redefiniendo estos parámetros y conceptos.
¿Qué conceptos redefinimos?
¡Todos! El espacio deja de ser un espacio clásico, el papel del profesor deja de ser el papel tradicional, el material no se usa como se usaba, etc.. Es un cuestionamiento constante de todo lo que hemos aprendido hasta el momento y esto resulta muy tonificante.
Y todo esto.. ¿Como lo evaluamos?
¡Ay! La evaluación… Primero de todo debemos tener claro que evaluar no es calificar. Calificar es poner etiquetas y evaluar es reflexionar, provocar la reflexión. Normalmente cuando alguien te pregunta por la evaluación lo que quiere saber es cómo calificar lo que se ha hecho en clase y lo que se ha aprendido. Pensamos que cuando ponemos un número a las cosas podemos medirlas de forma objetiva y eso es una tontería.
Pero efectivamente, debemos saber si una innovación ha obtenido resultados, ¿no?
Claro, ¿Cómo sabemos que esa innovación ha funcionado en una realidad educativa determinada?
Pues para empezar, reflexionando sobre los resultados obtenidos, comparándolos con los que se obtenían antes, valorando el grado de satisfacción de alumnos y profesorado. Hacer reflexionar a los alumnos sobre lo que han aprendido y cómo es algo muy enriquecedor. Hay muchas formas de valorar si una metodología ha resultado más adecuada o no. La evaluación triangular, hacer que varias personas evalúen, suele dar resultados muy interesantes porque cruza diferentes visiones.
Pero a la hora de hacer los informes que se piden a los docentes…
No tiene mayor complicación. Primero hay que tener claro qué se quiere evaluar, qué competencia se ha trabajado, y luego, observar, con la coevaluación, para ver como lo ha vivido el alumno. No veo por qué trabajar por proyectos o el aprendizaje cooperativo tiene que plantear mayores problemas de evaluación que cualquier otra metodología.
¿Por qué cree que relacionamos evaluación con etiquetas y con números?
Tradicionalmente ha sido así, y es lo que nos manda la legislación. Hay una gran diferencia entre el motor del cambio que se está llevando a cabo desde los centros educativos y la herencia educativa que aún prevalece en el imaginario de los adultos y en las instituciones. Todos funcionamos desde la óptica del etiquetado. Si preguntamos a un alumno o a una familia qué quieren, responden que un sobresaliente, no responden que quieren algo útil para la vida.
Cuando un docente da en el clavo con una metodología. ¿Esta puede ser automáticamente replicable en otro contexto?
Para nada. Una de las cosas que más daño está haciendo al cambio es la obsesión por replicar experiencias ajenas. Cuando yo trabajo las estructuras sintácticas, me vale a mí de la forma que yo lo he hecho, pero no me servirá la forma de aplicarlo del gurú de turno. Porque cada contexto tiene su necesidad, por mucho que consideremos que los contextos se parecen. No es lo mismo una escuela urbana que una escuela rural, o una escuela en España que una escuela en México. Tenemos que meternos en la cabeza que el verdadero experto es el propio docente que lleva a cabo su metodología en su aula.
En educación (como en muchos ámbitos) tenemos tendencia a sistematizarlo todo (metodologías, actividades, evaluaciones, etc.)…
Las recetas no funcionan nada, es como hacer un spoiler: voy a anticipar el resultado de algo. Pero no, no puedes anticipar un resultado porque lo que va a ocurrir es impredecible. Lo que sirven son los procesos, los cambios de mentalidad. Lo que funciona es redefinir nuestro papel como docentes, buscando nuevos espacios donde trabajar, donde relacionarse con la comunidad. Lo que no podemos hacer es coger un dossier e implementar las fases que otro ha utilizado para sí mismo.
Cuando hablamos de redefinir el papel de los docentes a algunos les asusta. ¿Qué les diría?
Nadie nos enseña a ser otra cosa que un docente al uso. Nadie tiene la culpa de esto y es importante que lo digamos porque parece que no sean buenos docentes si se resisten al cambio. Lo que tenemos que asumir es que no somos nosotros los que vamos a enseñar las cosas sino que será el alumno el que aprenderá, aprenderá en función de cómo lo motives, de las experiencias que tú le provocas, pero es él quien aprenderá.
Eres uno de los impulsores de la red Escuelas Hermanadas por la Justicia Social. ¿Cómo surge la idea de crear esta red?
Durante muchos años me he encontrado con centros y docentes con ganas de trabajar de otra forma y sobre todo con una sensibilidad determinada: educar tiene que servir para algo, y tiene que ver con que los que aprenden quieran cambiar el mundo y lo hagan.
Con el tiempo tejimos una red más formal en la que participan más o menos centros de infantil, primaria, secundaria, la universidad, etc.. Vamos haciendo reuniones que giran alrededor de puntos comunes.
No queremos que la educación sirva para replicar un sistema que no nos gusta. Las matemáticas más interesantes son las que enseñan a entender nuestro mundo.
¿Y cómo se aprenden estas matemáticas?
Hubo una experiencia muy bonita de un centro que sacó a sus alumnos de primaria a pasear por los barrios de Madrid. Buscaban supermercados de determinadas marcas y vieron que en unos barrios había unos y en otros otro. Se preguntaron el porqué, y indagando y paseando entre los pasillos, señalaron que los precios de las cosas eran muy dispares. Ellos mismos entendieron que un tipo de supermercado no tenía sentido en un barrio deprimido y señalaron que eso no estaba bien.
¿Cómo se trabaja la justicia social en un sistema que valora la individualidad y la competitividad?
Yo reconozco que los modelos tecnicistas de la educación no me seducen, yo busco y promuevo modelos humanistas de la educación. La educación a la que yo me he dedicado siempre no se puede limitar a reproducir unos valores que no se alinean con los que yo creo. De todas formas, si nos preguntamos cuáles son las habilidades que necesitas para conseguir un trabajo en un mundo tan competitivo resulta que son bastante similares a las habilidades que se necesitan para dibujar las relaciones sociales y para ejercer una ciudadanía activa.
¿Qué necesitan los niños y las niñas para desarrollar el sentido crítico?
Yo creo que lo que tenemos que hacer es ser capaces de desarrollar la mirada. Mirar el entorno y emitir un juicio crítico en relación a lo que estamos observando. Esto tiene que ver con ser capaz de analizar la realidad pero también con soñarla de otra manera, de ser capaz de compararla. Es muy importante que esto empecemos a hacerlo desde muy pequeños, enseñarles a mirar el entorno, a comparar, etc..
¿Se puede trabajar la justicia social en la escuela sin introducir innovación pedagógica?
A mí me resulta complicado pensar como trabajar la justicia social en un sistema educativo tradicional. Porque trabajar sobre estos valores tiene que ver con los procesos de enseñanza y aprendizaje, de cómo se vive la escuela, cómo se relaciona, cómo se participa, cómo se percibe la comunidad, etc..
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